E. V. Ilyenkov (1924-1979)
Este artículo de E. V. Ilyenkov (1924-1979) fue escrito en 1974.
Aquí presento mi traducció al español de la versión en inglés
realizada por Peter Moxhay y transcrita por Nate Chmolze, la cual fue
publicada en 2002 en Marxist Internet Archive. La referencia al
original en ruso es la siguiente: Ilyenkov, E. V. (1974).
Deyatel'nost' i znaime. En E. V. Ilyenkov (1991) Filosofiya y
kul'tura. Moscú: Politizdat. El trabajo de Ilyenkov es de suma
importancia para todas y todos los interesados en desarrollar una
pedagogía revolucionaria basada en el marxismo. En particular, nos
resulta interesante sus interpretaciones sobre lo abstracto y lo
concreto, y la relación entre actividad dirigida a un fin y su
relación con el conocimiento. Ilyenkov tuvo mucha influencia sobre
autores como Davydov en el desarrollo de la educación desarrollante.
La versión en inglés de este artículo se encuentra en:
https://www.marxists.org/archive/ilyenkov/works/activity/index.htm
Julio Mosquera, Universidad Nacional Abierta
En pedagogía, hay un problema preocupante y (cuando usted piensa
sobre éste) extraño que es usualmente descrito como el problemas de
la “aplicación práctica del conocimiento a la vida”. Y es en
efecto cierto que el graduado de la escuela (sea la secundaria o la
universidad) se encuentra en el dilema de no conocer cómo “aplicar”
el conocimiento a cualquier problema que surja fuera de las paredes
de la escuela.
Esto pareciera indicar que las habilidades humanas deberían incluir
la habilidad especial de alguna manera “correlacionar” el
conocimiento con su objeto, es decir con la realidad como es dada en
contemplación. Esto significa que debería haber un tipo especial de
actividad de correlacionar el conocimiento y su objeto, donde
“conocimiento” y “objeto” son pensados como dos “cosas”
diferentes distintas de la persona misma. Una de estas cosas es el
conocimiento tal como el contenido en fórmulas, instrucciones y
proposiciones, y la otras cosas es el caos no estructurado de los
fenómenos tal como son dados a la percepción. Si esto fuera así,
entonces uno podría claramente tratar de formular reglas para hacer
esa correlación, y también para enumerar y clasificar errores
típicos de modo que pudiéramos advertir antes de tiempo cómo
evitarlos. En la teoría instruccional, uno a menudo trata de
resolver el problema de conocer “cómo aplicar el conocimiento a la
vida” creando justo este tipo de sistema de reglas y advertencias.
Pero el resultado es que el sistema de reglas y advertencias se hace
tan incómodo que comienza a impedir en lugar de ayudar a las cosas,
convirtiéndose en una fuente adicional de errores y fracasos.
En efecto, hay muchas razones para creer que el problema que estamos
tratando de resolver surge solo porque el “conocimiento” ha sido
dado a la persona en una forma inadecuada; o, para ponerlo más
crudamente, no es conocimiento real, sino solo algún substituto.
Pero, después de todo, en este caso la misma frase acerca de las
dificultades de “aplicar” conocimiento a un objeto suena bastante
absurda. ¿Conocer un objeto—y “aplicar” este
conocimiento—conocimiento del objeto—al objeto? A lo mejor, este
debe ser solo una manera imprecisa, confusa de expresar alguna otra
situación oculta.
Pero esta situación es bastante típica.
Y esta situación es solo posible bajo circunstancias
particulares—cuando la persona ha dominado no el conocimiento de un
objeto sino el conocimiento de alguna otra cosa en su lugar. Y esta
“otra cosa” puede solo ser un sistema de frases acerca de un
objeto, aprendidas independientemente de este último o en solo una
conexión imaginaria, tenue, fácilmente quebrantable. Un sistema de
palabras, términos, símbolos, signos y su combinación estable, tal
como se forma y legitimiza en la vida cotidiana--”declaraciones”
y “sistemas de declaraciones”. Lenguaje. En particular, el
“lenguaje de la ciencia” con su suministro de palabras y su
organización sintáctica y “estructura”. En otras palabras, el
objeto, tal como es representado en el lenguaje disponible—como un
objeto ya verbalizado.
Si, sí el “conocimiento” está siempre identificado con la
conciencia organizada verbalmente, entonces el problema en efecto
será como fue descrito arriba—como el problema especial de
“correlacionar” conocimiento y objeto. Pero cuando la pregunta es
propuesta de esa manera, el problema real de la “aplicación” del
conocimiento al mundo real es fácilmente reemplazado por el problema
de la “correcta” verbalización de material no verbalizado. El
“objeto” verbal entonces se convierte en un sinónimo para el
caos “datos sensoriales” totalmente desorganizados—en un
sinónimo solo para lo que no conozco acerca del objeto.
En general, obtenemos el conocido programa del neopositivismo con su
esperanzas utópicas de erigir un sistema de “reglas” que
proporciona procedimientos para ir del lenguaje a los hechos que
quedan fuera del lenguaje, y viceversa, donde no puede haber
“contradicciones” dentro del lenguaje. Esto nos lleva al
principal principio de la solución neopositivista—si usted ha
verbalizado ciertos hechos conocidos pero ha sin embargo obtenido una
contradicción dentro del lenguaje, entonces significa que usted ha
verbalizado los hechos “incorrecatmente—no de acuerdo las reglas.
Esto significa que usted a “roto” alguna “regla de
verbalización”.
Usted ha cruzado la frontera dividiendo el mundo de lo verbalizado
del mundo de lo no verbalizado, hacia algún lugar prohibido (“por
las reglas”).
El programa neopositivista, con su “lógica” acompañante, es por
tanto regresivo en su verdadera esencia. Reemplaza el problema real
del conocimiento—como conocimiento (cognición) de un objeto que
existe no solamente fuera del lenguaje sino también independiente de
cualquier lenguaje organizado—por el problema de la formación
verbal de un material no formado verbalmente. Aquí este último es
pensado como el caos no formado de “datos sensoriales”, como el
material pasivo del “conocimiento”, el cual puede ser formado
verbalmente en una de dos maneras-- “correctamente” o
“incorrectamente”. Pero aquí “correctamente” significa según
las reglas del lenguaje disponible, es decir, de tal manera que éste
es forzado a encajar sin contradicción dentro del lenguaje
disponible, en el “marco” semántico , e el “conocimiento”
disponible.
El problema real de la cognición del objeto ha sido por lo tanto
torcido en un problema puramente lingüístico—el problema de
primero asimilar el lenguaje disponible (“el lenguaje de la
ciencia”) y entonces de asimilar “hechos” en las formas de este
(disponible) lenguaje. Naturalmente, este problema se resuelve
refinando el ingenio lingüístico de uno, permitiendo a cualquier
“dato” ser expresado de manera tal que funcionen sin traba, sin
contradicción, dentro del “marco de lenguaje” disponible, dentro
del “conocimiento” disponible.
Esto es precisamente lo que Imre Lakatos tenía en mente cuando
correctamente señaló que el programa neopositivista, de ser
realizado, significaría la muerte de la ciencia—el conocimiento
disponible quedaría “congelado” por siempre en la forma del
lenguaje disponible de la ciencia. Y el objeto sería por siempre
condenado al papel patético de un objeto de manipulaciones
lingüísticas y no estaría presenta en el contenido del
conocimiento de ninguna otra forma. No le sería permitido
entrar—sería retenido en la puerta de entrada al “conocimiento”
por los filtros de la “lógica” neopositivista.
Y por lo tanto, según esta lógica, tampoco está permitido conocer
al objeto (como algo fuera e independiente de del lenguaje). Podemos
conocer solamente “el lenguaje de una región objetiva particular”.
Y la pregunta de cuáles “hechos” están incluidos en éste (es
decir, que no lo contradicen), y los cuales etsán excluidos de éste
(es decir, lo contradicen), depende de cual “lenguaje” es
asumido.
Por lo tanto, la expresión “conocer un objeto”, según la lógica
neopositivista es ilegítima, para una consciencia verbalmente
formada ésta tiene el olor fétido del lenguaje “metafísico” o
“transcendental”, es decir, de “otro palabreado” lenguaje.
Aquí, “conocer” significa conocer un lenguaje, porque nada más
le es dado a los humanos a conocer. Al punto que el “conocimiento”
y el “objeto” han llegado a ser meramente dos términos que
significan esencialmente la misma cosas—a saber, lenguaje—el
problema de “aplicar” un de estos al otro se ha convertido en el
problema de correlacionar (coordinar) varios aspectos—semántica
con sintaxis, sintaxis con pragmática, pragmática con semántica y
así sucesiva,ente y sucesivamente. Aquí, el objeto es siempre el
objeto formado verbalmente. En la concepción neopositivista de las
cosas, el objeto simplemente no existe de ninguna forma antes de
“llegue a ser” como un signo verbal, antes estaba encarnada en el
lenguaje.
Pareciera como si la solución real al problema de “correlacionar”
el conocimiento con el objeto puede solo en consistir en prevenir y
evitar, desde el mismo comienzo, la posibilidad real de qu eel
problema pueda surgir, porque una vez que ha surgido éste es
notoriamente irresoluble.
Esto significa organizar el proceso de asimilación de conocimiento
como conocimiento del objeto, en el sentido más directo y preciso de
esta palabra. En el sentido real que la filosofía neopositivista se
esfuerza por no permitir utilizando insultos como “crudo” y
“metafísico”--como un objeto que existe tercamente fuera de y
completamente independiente de la consciencia (y del lenguaje). No
como una “cosa” separada que podemos considerar y representar
especialmente mientras ignoramos sus alrededores, pero precisamente
como un sistema de cosas poseyendo sus propias, organización y
conexiones, independientes del lenguaje, “extra-lenguaje”--como
un todo concreto.
Esta es la única manera de superar el verbalismo—esa enfermedad
crónica de la educación escolar que resulta en el notorio problema
de “aplicar” el conocimiento a la vida, de “correlacionar” el
conocimiento y el objeto, pero donde el conocimiento es solo una
cubierta verbal, y donde en realidad no sabemos nada o casi nada
acerca del “objeto” más allá de aquello que ha ya sido dicho
acerca de éste—más allá de lo que ya ha sido expresado por una
palabra o una declaración.
Solo la ingenuidad filosófica tradicional de los autores de libros
sobre enseñanza puede posiblemente explicar porque amarran sus
esperanzas en el llamado “principio de aprendizaje visual”. Este
principio, el cual ha sido usado en las escuelas por casi un siglo,
es en efecto no tan radical como parece. Cuando es aplicado con
ineptitud lleva al resultado opuesto al que se buscaba, de manera tal
que podemos evaluar así el efecto de la medicina. De otra
manera—como pasa a menudo—la enfermada solo es ocultada hacia el
interior, en lugar de ser curada de raíz.
La escuela con frecuencia no solo falla en cultivar esta capacidad
una vez que ha surgido, sin que activamente la amortigua. Y esto lo
hace precisamente usando el notorio “principio de aprendizaje
visual”. No es difícil comprender cómo esto pasa.
El hecho es que, como el método es tomado como una panacea, como un
“puente” entre el conocimiento adquirido verbalmente y el objeto,
éste centra al pedagogo no en facilitar un encuentro real entre la
persona (el estudiante) y el objeto, sino todo lo contrario—hacia
la prevención dolorosa de cualquiera de tal encuentro, hacia la
remoción del objeto de los procesos de instrucción.
El hecho es que, en lugar del objeto—en la comprensión seria,
materialista de la palabra—a la persona nunca se le presenta el
objeto que busca comparar y contrastar con la fórmulas que le han
sido dadas verbalmente. Le es dado algo completamente diferente que
es solo externamente similar a ese algo. ¿Qué exactamente?
“Ejemplos visuales” escogidos artificial y previamente que
ilustran (es decir confirman) lo correcto de las aseveraciones—las
declaraciones formadas verbalmente que le han sido presentadas. En
otras palabras, en lugar del objeto real, al estudiante se le
presenta un fragmento seleccionado de la realidad objetiva que solo
esta de acuerdo precisamente con su descripción verbal, es decir un
equivalente gráfico de la abstracción dada.
Como resultado, el estudiante desarrolla una mentalidad particular
cuya insidia es solo observada posteriormente. Desde el mero inicio,
su atención es centrada en la búsqueda activa de solo aquellos
fenómenos percibidos sensiblemente que precisamente están de
acuerdo con su propia descripción—singularizando esas
“propiedades” del objeto que han sido únicamente expresadas
mediante fórmulas verbales, por un “sistema no contradictorio de
declaraciones”. El estudiante desarrolla así una mentalidad para
la cual la palabra (el lenguaje) se convierte no en un medio para
dominar el mundo circundante, sino justo lo opuesto, el mundo
circundante se convierte en un medio externo para aprender y
practicar fórmulas verbales. Aquí, solo esto último llega a ser el
objeto del aprendizaje que es dominado genuinamente.
Y esto es alcanzado precisamente por medio del “principio de
visualidad”, presentándole sistemáticamente al estudiante solo
tales cosas, caso y situaciones percibidas sensiblemente que
precisamente están de acuerdo con su descripción verbal, es decir
que no son otra cosa que una concepción abstracta materializada—es
decir “objetos” preparados especialmente para que este de cuerdo
con una instrucción,fórmula o “regla” dada verbalmente.
Cualquier “ayuda visual” (cualquier cosa real del mundo alrededor
usado como “ayuda visual”) crea solo una ilusión de la
concreción de conocimiento, de la concreción de la comprensión, y
en el mejor de los casos le facilita a la persona aprender fórmulas,
comprender fórmulas, es decir esquemas abstractos, por aquí la
“ayuda visual” es justo un caso particular de la “verdad”
encerrada en una fórmula o palabra. Así es precisamente como una
deriva la noción de la autosuficiencia de los “esquemas”,
inevitablemente acompañada por la idea que un “objeto” (o caso,
o situación) individual percibido sensiblemente no es otra cosa sino
“ejemplos” más o menos aleatorios, es decir “encarnaciones”
más o menos aleatorias de una regla abstractamente general.
Es natural que no puede y no debe surgir relación polémica entre
una “regla general” asimilada en forma verbal y un “ejemplo”
especialmente seleccionado (o hecho) que la soporta. Cualquier
desacuerdo, cualquier falta de correspondencia entre una y la otra
puede tener solo una causa—una incorrección en la expresión
verbal, un aincorección en le uso de palabras. Si las palabras han
sido usadas correctamente, entonces la “regla general” y el “caso
particular” encajan uno con el otro perfectamente. No hay
diferencia entre ellos y el contenido—son unos y la misma fórmula,
excepto que un caso es presentado “visualmente” y en el otro caso
“no-visualmente”, es decir como el significado de ciertas
palabras-signos.
Por su puesto, cuando tenemos tal relación artificial entre la
fórmula general y el “caso particular”, el problema de
correlacionarlos no requiere (y por lo tanto no desarrolla) la
capacidad para la imaginación—la habilidad para construir una
imagen de la masa de “impresiones” o sensaciones desorganizadas.
Aquí, esta habilida es simplemente no necesaria, por que la imagen
de la cosa es presentada confeccionada, y todo el problema ha sido
reducido a meramente expresarlo en palabras. Después de todo, un
“ayuda visual” no e sla cosa sino una imagen cofeccionada de la
cosa—ha sido creada independientemente de la actividad del
estudiante—por el artista que la preparó siguiendo estrictamente
instrucciones verbales, o si no por el pedagogo que le dio la imagen
en forma verbal. En ambos caso, como el “objeto”, como una
realidad existente fuera de, previa a, y completamente independiente
de la actividad de la cognición, al estudiante le es presentada una
imagen que ha sido previamente organizada en palabras, y el
estudiante solo tiene que hacer una cosa—hacer la traducción
inversa de esta imagen a la forma verbal. El estudiante piensa que
está describiendo un “objeto”. Pero en efecto solo está
reproduciendo una forma verbal “alienada”--encarnada visualmente,
la cual ha sido usada (pero no por él) para crear la imagen que le
fue presentada. El estudiante entonces aprende solo cómo reproducir
imágenes confeccionadas—imágenes que ya han recibido su
ciudadanía en el mundo del lenguaje. Él no produce la imagen,
porque nunca encuentra ningún objeto—ninguna “materia prima”
para la imagen—que no ha sido ya procesada en palabras. Ésta ha
sido ya hecha para él por el artista o el pedagogo.
Así, durante la clase el estudiante termina por tratar con imágenes
(esquemas) de la realidad confeccionadas y las fórmulas verbales que
las expresan, pero se encuentra con el objeto solo fuera de la
lección, fuera de la escuela. Como un resultado, nunca encuentra un
puente entre estas dos palabras muy disímiles—las dos esferas de
la actividad de su vida—está perdido cuando finalmente encuentra
cualquier realidad que no ha sido científicamente preparada para él.
Termina siendo capaz de “aplicar fórmulas” exitosamente solo en
una situación que es precisamente como la descrita en el texto
escolar, esto es solo cuando la vida ha sido organizada “según la
ciencia”. Esto es, cuando el objeto ya ha sido sistematizado por la
actividad de otra persona, donde ya ha sido hecha según las
“reglas”, donde la ciencia ya ha sido aplicada.
Donde, en otras palabras, estamos hablando acerca de la llamada
“visualización” de formas o reglas dadas verbalmente. Aquí, es
precisamente la formula que organiza la “imagen”, que dirige la
actividad de construcción de la imagen o “representación visual”
que remplaza a una instrucción verbal confeccionada—una imagen que
se supone es la “esencia” de la materia, pero que podemos no
obstante hacerlo con seguridad “sin ella”.
La persona cuya psique ha sido desarrollada de esta manera termina
como un esclavo de “fórmulas” confeccionadas en el mismo acto de
contemplación, el proceso de percepción diaria—incluso en el
objeto, se ha acostumbrado a ver precisamente aquello que le ha sido
dado en forma verbal—aquello que corresponde precisamente a
palabras.
Por supuesto, todo esto no debe ser comprendido como un “rechazo
del principio de aprendizaje visual”. En su lugar, este principio
es bueno y útil—y precisamente como un principio que hace más
fácil asimilar fórmulas abstractas. Pero es todo. Cuando comenzamos
a soñar que puede ser usado para resolver un problemas diferente—el
problema del desarrollo d ela habilidad para corelacionar fórmulas
abstractas (dadas verbalmente)--entonces justo el resultado contrario
es obtenido.
La persona que desarrolla un tipo de mentalidad donde, cuando mira a
un objeto, ve (“representantes visuales”) solo lo que ya conoce
acerca de éste y a través de las palabras de otro—por medio d
elas palabras del texto escolar o del profesor. Y no un ápice más—no
construye así una imagen del objeto, sino solo su “esquema” como
dada en palabras. Si cualquier cosa es entonces “correlacionada”,
es solamente una instrucción verbal (una palabra) que es
correlacionada con si mismas—con su propia expresión semiótica—y
no con cualquier otra cosa. El objeto—en el serio, significado
materialista de esta palabra—permanece completamente
“transcendental”.
El principio del “aprendizaje visual” es por tanto impotente en
la batalla contra el verbalismo. Solo lo disfraza, y por tanto lo
subsume.
Pero, después de todo, la filosofía materialista, seria, ha por
mucho tiempo sugerido que la enseñanza adopte otro, principio guía
más radical. Este es la organización de una forma especial de
actividad que realmente requiera—y por tanto desarrolle—las
habilidades especiales que son más fundamentales para la pique
humana que el discurso (lenguaje) o mecanismos de discurso que
conectan la mundo con la imagen.
La actividad de “aprendizaje” tradicional no es claramente de
este tipo—reduce el proceso de asimilación de conocimiento
terminado, información terminada y concepciones terminadas, este es
es realizada como una actividad de la encarnación de imágenes
confeccionadas en el lenguaje y—por el contrario—de la
“visualización de concepciones formadas verbalmente.
Aquí, lo que se necesita es una actividad de diferente orden—una
actividad orientada directamente al objeto. Una actividad que cambie
al objeto, en lugar de a una imagen de éste. Pues solo en en el
curso de esta actividad la imagen surge primero, esto es como una
representación visual del objeto, en lugar de com un “esquema”
dado a priori por una instrucción verbal o “regla”.
La diferencia aquí es fundamental, y fue claramente señalada ya en
Kant en su distinción entre una “imagen” y un “esquema”, o
“esquematismo”, como formaciones psiquicas que son
fundamentalmente diferentes en origen, sin “raíz común”. Debido
a esto, el problema permaneció sin resolverse de parte de Kant. La
forma realmente fundamental (universal) de la actividad humana
permaneció fuera de los límites de su psicología: la actividad
dirigida por un objeto, fuera de la conciencia e independiente de la
conciencia, logrando el trabajo de las manos y no tratando con una
imagen, sino con la cosa en su más directo, “crudo” significado,
en un sentido “crudamente material”--la actividad que
directamente domina el objeto. La actividad a la cual la escuela ha
dedicado muy poco tiempo y atención, aunque es precisamente en el
curso de esta (y solo en esta) que la actividad de uno desarrolla los
“esquemas” o “esquematismo” sobre los cuales Kant confirió
los temibles nombres de “transcendental” y “a priori”.
El pensamiento real se forma precisamente cuando—y solo cuando—el
trabajo del lenguaje está indisociablemente unido al trabajo de las
manos—los órganos de la actividad dirigida a un objeto. No las
manos dibujando letras, palabras y “proposiciones” en el papel,
sino las manos haciendo cosas, esto es cambiando la materia
obstinada, intractable y caprichosa. Solo así puede uno observar su
naturaleza objetiva—independiente de las palabras y de “imágenes”
ya hechas—su carácter objetivo o “testarudo”. Solo así el
objeto se revela a si mismo como la cosa en si misma, nos obliga más
a contar con éste con con las palabras o con “esquemas” que
“visualizan” esas palabras. Está claro que esta es la única
manera en que uno puede esperar superar el verbalismo y evitar el
problema de “la aplicación del conocimiento a la vida”--un
problema que la enseñanza en la escuela misma ha creado.